Un solo modo concibo de viajar más agradablemente que a caballo, y es ir a pie. Uno sale cuando quiere, se para cuando se le antoja, anda mientras le apetece. Observa el país, ahora a la izquierda y luego a la derecha, mira lo que le interesa, se detiene donde el paisaje le gusta. Si veo un río, sigo su corriente; si un espeso bosque, disfruto de su sombra; si una gruta, la visito; si una cantera, observo los minerales. Donde me divierto me paro, y en cuanto me aburro, me voy. No dependo ni de caballos ni de postillón; no necesito atajos ni caminos fáciles; por donde puede pasar un hombre, paso yo; todo lo que puede ver un hombre, lo veo yo, y dependiendo sólo de mí mismo, disfruto de la mayor libertad. Si me detiene el mal tiempo y me canso de esperar, pido caballos. Si estoy cansado… Pero Emilio se cansa poco, pues es fuerte; ¿y por qué se ha de cansar? Nadie le da prisa. Si se detiene, ¿cómo se ha de aburrir? Adonde vaya lleva lo necesario para divertirse. Entra en casa de un maestro, trabaja, ejercita los brazos y le descansan los pies.
Viajar a pie es viajar como Tales, Platón y Pitágoras. Apenas puedo comprender cómo un filósofo viaja de otro modo, y sin ver las riquezas que tiene a sus plantas y que la prodiga la naturaleza. ¿Quién, quien sea, algo aficionado a la agricultura, no desea conocer las producciones propias de la comarca que atraviesa y el modo de cultivarlas? ¿Quién que tenga inclinación por la historia natural puede pasar por un terreno sin examinarlo, ver una roca sin descantillarla, montes sin herborizar, pedregales sin buscar fósiles? Vuestros filósofos de estrado estudian la historia natural en gabinetes; entienden de esto y de lo otro y no tienen la menor idea de la naturaleza. Pero el gabinete de Emilio es más rico que el de los reyes, porque es el mundo entero. Cada cosa está en su lugar; el naturalista que cuida de él lo tiene todo colocado en perfecto orden.
¡Cuántos placeres diferentes se reúnen con ese agradable modo de viajar! Sin contar que se fortalece la salud y el buen humor es mejor cada vez. Siempre he visto que los que viajaban en buenos y cómodos coches iban pensativos, tristes, regañones y nerviosos, y los que van a pie siempre alegres, ágiles y satisfechos… ¡Cómo se ensancha el corazón cuando se llega a la posada! ¡Qué sabrosa es la vulgar comida! ¡Con qué satisfacción se sienta uno a la mesa! ¡Qué bien se duerme en un duro lecho! El que sólo quiere llegar, puede correr a la posta, pero el que quiere viajar, debe ir a pie.
Jean-Jacques Rousseau, Emilio o de la educación, Libro quinto (1762)